Sandra Aragón: barbacoana y botánica de corazón

Sandra Aragón recuerda con precisión el 15 de abril de 2022, el día en que ingresó a la Fundación Biodiversa Colombia para trabajar en la Reserva El Silencio. Desde entonces, se ha encargado del cuidado y cosecha de los sistemas agroforestales y del mantenimiento del vivero en el campamento de Buenos Aires, donde vive junto a su esposo Luis Osorio, guardabosque de la Reserva, y su pequeño hijo Dylan, a quien llama “mi guardabosque de nacimiento”.
Sandra es barbacoana y orgullosamente hija del territorio. Sus raíces se remontan a su abuelo don Eusebio, quien llegó a la región hace más de cincuenta años desde El Guamo, Tolima, buscando dejar atrás la tristeza por la muerte de su esposa y empezar una nueva vida. En ese entonces, la zona era un bosque espeso y salvaje. Eusebio trabajó con serrucho y machete, contratando gente para abrir caminos y crear potreros. Parte de ese trabajo incluía la extracción y venta de madera, en especial de abarco, una especie muy cotizada por su calidad. “Mi abuelo vendía mucha madera, sobre todo abarco”, recuerda Sandra, “así fue como pudo sostenerse y quedarse con un pedazo de tierra que el patrón le dio como pago”. Esa tierra corresponde hoy al predio La Ganadera, vecino de la Reserva El Silencio.
Su padre siguió los pasos del abuelo, trabajando con sus tíos desde los 16 años. “Mi papá conoció a mi mamá acá, los dos obreros de la finca”, cuenta Sandra. “Yo crecí entre el monte, los animales y el olor a madera cortada.” De niña vivió un tiempo con su tía Isabel —“la tía Chavela”— y recuerda una infancia sencilla: gallinas, patos y largos trayectos a caballo hasta el internado donde estudiaba, con la cartilla de Nacho y cuentos que le prestaba el profesor.
La curiosidad la acompañó siempre: “Yo quería aprender más de lo que nos enseñaban mis padres, me gustaba leer y sembrar.” Su llegada a la Fundación Biodiversa Colombia transformó esa pasión en una vocación: “Al principio fue difícil porque venía de trabajar en ganadería, pero me enamoré del trabajo. La reserva es maravillosa; antes todo era potrero y ahora hay árboles, animales y mucha paz.”
Cada mañana, Sandra riega plantas, disfruta el canto del sinsonte, su sonido favorito. Sueña con ver una guacamaya roja y se emociona al recordar cuando vio un paujil de pico azul, símbolo del renacer del bosque.
Hoy, Sandra ve su historia familiar como un reflejo del cambio que ha vivido el territorio: “Mi abuelo vino aquí a cortar árboles, y yo ahora los siembro. Es como cerrar un ciclo. Sandra cree firmemente que conservar es aprender a convivir: “Antes le temía al jaguar y a las culebras, pero ahora entiendo que ellos están en su casa. No podemos matarlos a nuestro antojo; los animales también necesitan su hogar”. Con esperanza, imagina una ciénaga donde los peces vuelvan a abundar, como cuando era niña, y las nuevas generaciones puedan crecer rodeadas de vida. Sandra representa la fuerza femenina y a través de sus conocimientos y cuidados de las plantas, va sembrando el futuro de la región. Su historia encarna la transformación de un territorio y la sabiduría de quienes, con tenacidad y constancia, hacen posible que la naturaleza vuelva a tener un papel protagónico en nuestras vidas.





